EL SALTO, México — Para cuando el contaminado río Santiago cae en una cascada a las afueras de Guadalajara, en la zona occidente de México, la peste parece abarcarlo todo: flota sobre los cultivos, se cuela dentro de las casas e impregna el agua de la llave.
El río huele a desperdicios industriales y desagüe, una catástrofe gestada durante años y que ahora tiene múltiples consecuencias. Los activistas afirman que las sustancias químicas desechadas por las fábricas contribuyen a formar una combinación tóxica que ha matado y enfermado a muchas personas a lo largo del río. Hace poco, el secretario del Medioambiente y Recursos Naturales dijo que en esa región se vive un “infierno medioambiental”.
“Este pueblo es como un Chernóbil en cámara lenta”, se lamentó Enrique Enciso, cuya casa en El Salto se ubica a solo unas cuadras del río. Su familia ha luchado desde hace más de una década para lograr que lo limpien.
Este río es un ejemplo perfecto del fracaso mexicano en la protección del medioambiente: un análisis realizado por The New York Times reveló que quince años de acciones diseñadas para limpiar el río Santiago han fracasado debido a vacíos legales, financiamiento insuficiente y falta de voluntad política.